martes, 24 de junio de 2014

En la zona cero de la lucha de clases. La alternativa municipal





A menudo cuando hablamos de los inicios de la encarnación de las primeras  políticas neoliberales, recordamos las grandes batallas obreras que intentaron resistírseles, olvidando en el camino otras cosas. Y es cierto, en la zona cero de la lucha de clases en que se convirtió la Gran Bretaña de la primera mitad de la década de los ochenta (allí había nacido la clase obrera industrial prácticamente dos cientos años atrás y allí mismo se inició el proyecto para acabar con su poder), el resplandor de la fuerza de la clase obrera tradicional no se apagó sin presentar batalla. Una huelga general minera de un año de duración y de una dureza inusitada, con millares de antidisturbios actuando y también con casi diez mil personas detenidas, dan testimonio de ello. Su derrota, abandonados por la izquierda dominante a nivel institucional y con la sola ayuda de los municipios más afectados y de los activistas de los nuevos movimientos sociales, marcó una época. Lo recordaba hablando  del final del conflicto la misma Primera Ministra Británica y gran adalid del neoliberalismo que estaba por venir más allá de las fronteras británicas, Margaret Thatcher, “El día de la confrontación había llegado y había tocado a su fin (…). Fracasaron y, al hacerlo, demostraron hasta qué punto son mutuamente interdependientes una economía libre y una sociedad libre. Es una lección que nadie debería olvidar”. De las fisuras abiertas por esa derrota nació el modelo de economía financiarizada, el de la especulación inmobiliaria, el de la privatización de servicios y el de la precariedad laboral, que se expandió por toda Europa. La socialdemocracia en el proceso se transformó en un socioliberalismo  que en sus recetas básicas a veces era difícil distinguir del neoliberalismo. ¿Hubo en ese momento alguna vía alternativa? Si la hubo, ésta no fue otra que el municipalismo.

En medio de este singular destello de la lucha de clases en nuestro pasado, y de aquella derrota, una alianza establecida entre activistas sociales y los sectores más a la izquierda del laborismo se hizo con el gobierno del Greater London Council en 1981. Una institución que regía el área metropolitana de Londres con un espacio de influencia de doce millones de habitantes. Se inició así, en el corazón de la primera área de expansión del neoliberalismo, en alianza con los movimientos sociales, un experimento para preservar los derechos amenazados por el gobierno central, intensificar los proyectos comunitarios e introducir nuevas formas de economía cooperativa y social. El peligro que representaba la construcción de esta alternativa en el marco de la reacción neoconservadora, como realidad, pero también como modelo de referencia para otras posibles experiencias, determinó su fin. En 1986 Thatcher disolvió el organismo desde el gobierno central. El problema probablemente residía en que su principal fuerza era también su debilidad. La posibilidad de una singularidad, por potente que fuera, no podía resistir si el modelo no se replicaba.  

La aplicación en la actual crisis de las recetas neoliberales procede de arriba a bajo y del centro a las periferias, violentando así incluso los mecanismos de la democracia formal. La respuesta difícilmente puede venir de una alternativa global en estos momentos, sino va combinada por una reapropiación de la soberanía andando el camino inverso: de abajo arriba. Seguir esta senda ha de permitir llenar la alternativa global de posibilidades de cambio concretas, de plausibilidades a partir de lo realizado y no sólo de lo prometido, construyendo los nuevos poderes como contrapoderes. Pero este tampoco puede ser un camino corto. La creación de esa posibilidad en las grandes áreas metropolitanas del país debe poder acompañarse mutuamente, debe poder integrarse en redes de nuevos tipos de municipalismo que incluyan todas las realidades, debe poder pensarse en varias posibles legislaturas. Y a su vez no puede concebirse tan solo como un proceso institucional, sino que ha de movilizar a su alrededor todo lo ya generado, y estimularlo en el camino, de los saberes y las prácticas de la economía social y cooperativa, de las alternativas energéticas y ecológicas, del feminismo, en una alianza a la vez fuerte con los tejidos y los movimientos sociales. Esa esperanza que se articuló en la zona cero de la lucha de clases, debe prender en muchas realidades, para convertirse en una semilla no sólo de nuestro pasado, sino también de nuestros futuros.