I
La crisis no terminará, como mucho con suerte en algún
momento se “deslocalizará” de nuestro territorio, pasando de un país a otro, de
una región a otra. Pero no parece que este momento vaya a ser pronto. La
solución es política, no económica, pero en el escenario actual la política es
de vuelo corto y trabaja en los estrechos márgenes de la “plausibilidad”.
De hecho ya nadie habla del final de la crisis. En el inicio salvar los bancos
era una forma de “retornar” el crédito a la economía, como se repetía sin
cesar. Ahora tan sólo lo dicen de pasada. Es el abismo y no la recuperación, el
miedo y no la esperanza, lo que se utiliza cada vez más para legitimar el
incesante drenaje de recursos de todos en las manos de unos pocos. Intervención
es la palabra: de la Unión Europea al Estado español, del Estado a las
autonomías, de las autonomías al comedor de nuestra casa. Vivimos amenazados y
la política gubernamental y la economía se han convertido en oficios de
gángsters. Pero no los vemos así, no los tratamos así. Los vemos y los tratamos
como una inclemencia inabarcable, una estructura cosificada, contra la que de
poco vale todo aquello que podamos hacer. En su momento de máxima debilidad los
percibimos más fuertes que nunca. Si queremos encontrar nuevas vías para virar
la situación se tendrá que aterrizar en la tierra para salir del mero relato
escandalizado de la derrota.
La crisis actual se basa en gran parte en los procesos
de globalización vividos desde la década de los setenta hasta día de hoy. Ha
tomado la forma de una crisis financiera, a pesar de que tiene un carácter más
profundo y multilateral, debido a la centralidad adquirida por los mercados
financieros como principal espacio de reproducción de la tasa de beneficios y,
congruentemente, también de la casta financiera, el Vaticano del capitalismo
según Marx, como grupo dominante. Centralidad que se aceleró a partir de la
integración on-line de los mercados
financieros a nivel mundial en 1986, que permitió la aceleración de las
operaciones a nivel global y el incremento del volumen de capitales en juego, y
la desregularización fiscal de los beneficios especulativos. La presidencia en
la década de los cincuenta de un general conservador y republicano como
Eisenhower los llegó a gravar al 90%, no por un sentido redistributivo, sino
sencillamente para evitar la aparición del capitalismo de casino. En la
actualidad están prácticamente liberalizados. La revolución neoconservadora en
los años ochenta activó los primeros pasos de este proceso, pero la cosa fue
mucho más allá de gobiernos como los de Reagan o Thatcher, a partir de una
nueva hegemonía cultural, social y política que afectó a casi todo el espectro
político. La pieza final llegó a finales de los años noventa de la mano de uno
de los patrocinadores de la “tercera vía” que pretendía refundar la izquierda a
nivel mundial: Bill Clinton. El mismo que perpetró la frase de que en políticas
sociales se podía hacer “más con menos” (nada de original hay en nuestros
gobernantes más próximos, siendo este uno de los lemas favoritos de CIU al
inicio de su legislatura), eliminó bajo su mandato la Ley Glass-Steagal,
aprobada en 1933 precisamente para evitar otro crack como el de 1929. Esto
permitió que los bancos de deposito, es decir los bancos donde se encontraban
los ahorros de la mayoría de la población a la vez que eran proveedores de
crédito, operasen como bancos de inversión en los mercados financieros. En el
mismo momento se desregulaban los mercados de futuro y derivados, donde se ha
concentrado la mayor parte de la especulación a nivel mundial.
En el proceso, cada vez más activos fueron puestos al
servicio de los fondos de inversión, cada vez más activos fueron puestos al
servicio de la especulación. De hecho, pronto se recorrió el camino inverso.
Desaparecido gran parte del capital disponible del tejido de producción y
consumo, la especulación se convirtió en el principal activo para asegurar el
mecanismo de reproducción económica. En la medida que el neoliberalismo ofrecía
al capital productivo una reducción constante de los costes laborales y
fiscales se producía una caída de la demanda, en la medida que la inversión se
destinaba al capital financiero y no al productivo este se encontraba falto de
liquidez. Para mantener la demanda y la inversión en el tejido económico
productivo, en un contexto de intereses bajos, el capital financiero creditizó
tanto el consumo como la inversión hasta subordinar el conjunto de la economía
a su dinámica. Se compraba y se vendía con dinero del futuro para un presente
cada vez más inestable, difiriendo y agrandando el problema, no solucionándolo.
Todo esto no ha acabado, a pesar de la crisis.
Primero fueron los beneficios del capital los que se
integraron a los mercados financieros, a los que siguieron los ahorros de las
poblaciones, después fue la misma capacidad de consumo de bienes y servicios.
Con la llegada de la crisis se añadieron los recursos públicos en la forma de
“salvación” del sistema financiero y ahora toca a los derechos sociales
(por eso mismo una de las principales áreas de la “crisis” es Europa donde aún
quedan restos del Estado del Bienestar): fondos de inversión para las
pensiones, créditos para pagar la enseñanza, privatización de la sanidad, son
la nueva fuente de entrada de recursos a unos mercados que, a todas luces, han
devenido en verdaderos agujeros negros. Pero tampoco esto solucionará el
problema, éste es doble. De una lado, la creación de un capital virtual que no
se corresponde en ningún sentido con el real, y por tanto se convierte en una
mera factura especulativa. Dos datos nos pueden poner sobre la pista del precio
de esta factura: en 2005, sin computar el conjunto del valor de los activos
financieros, “sólo” los mercados de futuro tenían un valor de unos
250.000 millardos de dólares; en el mismo momento el valor de “toda” la
producción real en el planeta tierra era de no más de 45.000 millardos de
dólares. Esta es la factura a pagar, una factura que “necesita” de un aumento
prácticamente infinito de las plusvalías sobre nuestras sociedades o bien de la
creación de, como mínimo, otros cinco planetas más como el nuestro.
Pero de otro lado, tal como hemos dicho, este es sólo
una parte del problema, ya que el hecho es que desde finales de los años
sesenta se ha producido una caída de los beneficios netos del capital dentro de
la economía productiva que parece imparable. Los motivos, que tienen que ver
con los límites del propio sistema como generador de aumentos de productividad
constantes, no los podemos abordar aquí, pero el hecho es que en un cierto
punto entre los años noventa y el cambio de milenio este proceso comportó que
las inversiones destinadas al capital financiero, en crecimiento constante ya
desde los años setenta, superasen las inversiones realizadas sobre el capital
productivo. La “realidad” ya no es rentable en términos de beneficios privados,
sino es para expoliarla. Ciertamente se ha conseguido durante estos últimos
treinta años una gran concentración de riqueza en cada vez menos manos, pero
ésta no tiene un origen en el aumento de la producción, ni de la productividad,
sino en la redistribución de rentas hacia arriba que ha permitido tanto la
desregularización financiera como la reducción de costes laborales y fiscales
para los grandes propietarios de los medios de producción. Y este, y no otro,
es el principal objetivo del programa neoliberal, no mejorar la efectividad, ni
la productividad, ni el capital disponible para la inversión productiva, sino
sencillamente conseguir la concentración de capital hacia arriba. Proceso que
parece haber conseguido hacer entrar en contradicción el aumento de la tasa de
beneficios con el mismo crecimiento económico. En el caso europeo se llega en
este sentido al paroxismo: no se trata de salir de la “crisis” con programas de
“austeridad”, sino de asegurar el pago de la especulación por parte de aquellos
que no la han protagonizado. Todo ello para retornar la “confianza” de los
mercados hacia nosotros y que fluya de nuevo el crédito, es decir volver a una
creditización de la reproducción económica que forma parte del origen y no de
la solución del problema. La antesala del fin en lo que es un verdadero
agotamiento del sistema en todos los sentidos: de modelo productivo, energético,
ecológico, social, político y cultural.
II
La magnitud del monstruo financiero parece
incontrolable, un dato de hecho, pero no algo modificable, como mínimo no desde
les bases actuales. En este marco cualquier forma de acción política fuera de
los márgenes que establecen los mercados, o las formas supraestatales que
tienen capacidad de interactuar con ellos (en nuestro caso la Unión Europea),
parece inoperativa, cualquier respuesta gestada desde los estados o desde
diversos ámbitos dentro de los estados, inútil. Es un mantra repetido que no
hay respuesta local, en una nueva versión del there is no alternative neoliberal, la salvación en todo caso viene
de fuera. Para unos depende de la actitud que tome el Banco Central Europeo, para
otros de la capacidad de reformar la misma Unión en un sentido democrático y
después el propio capitalismo a partir de la protesta global. Contrariamente
creo que sólo hay respuesta local, ni en dioses, ni en amos, ni en tribunos está
el supremo salvador.
En primer término porque esta es la escala humana, por
mucho que las redes redefinan los flujos de información conexión y respuesta y
abran la posibilidad de un nuevo mundo, su medida sigue siendo nuestra medida.
Ha habido históricamente organizaciones internacionales de movimientos, pero no
movimientos internacionales. Lo más parecido ha sido el movimiento
antiglobalizador. Pero por cronología, que tan sólo abarca una espacio temporal
que va de 1999 a 2001, y características –una forma de acción muy limitada a la
respuesta a grandes cumbres realizadas en espacios densamente poblados–
difícilmente será visto a la larga como un movimiento social más allá de un
conjunto de protestas que se dieron al entorno del cambio de milenio. De una
forma más generalizada y profunda, han existido procesos de carácter
internacional caracterizados por las mismas problemáticas de partida, agendas
reivindicativas, marcos ideológicos y políticos, como también emulaciones y
efectos en cadena (las revoluciones siempre han sido contagiosas y las
protestas también). Pero ni las más “internacionalistas” de estas realidades ha
tenido en la escala global su principal espacio de actuación. Las resistencias
antifascistas, respondiendo a la misma ocupación nazi-fascista que se dio en
diferentes países en el marco de la Segunda Guerra Mundial, fueron nacionales y
no generaron ni formas de coordinación comunes. En el momento de máxima
expansión de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) en el último
tercio del siglo XIX, el movimiento obrero se desarrollaba a escala local,
regional o nacional y, mucho más raramente, a escala estatal, a pesar de que
uno de sus principios de actuación básicos, y cada vez más abandonados, partía
de una solidaridad internacional efectiva. Finalmente, la misma Comuna de París
de 1871, principal movimiento emancipador del período de la AIT y que dio lugar
a la letra de la Internacional, tuvo un fuerte componente de liberación
nacional. En este caso contra la bota prusiana que pretendía entrar en París
aliada con la burguesía francesa.
La revolución en las conexiones ha sido un elemento
caracterizador, catalizador y productor de las nuevas protestas, forma parte en
este sentido de la posibilidad para construir nuevas formas de contrapoder, y
está preñada de nuevos cambios potenciales como postula la tecnopolítica. Pero
de todas formas, a pesar de que el espacio virtual haya pretendido hibridarse
con la terriotaritalitat, superando sus límites, lo cierto es que esta
“territorialidad” está muy definida por la tradicional forma Estado. La Generaçao à rasca fue un movimiento
propio de Portugal, así como el 15M lo fue de España, hasta el punto que a
veces ha tenido problemas para captar e integrarse en las diversas
sensibilidades nacionales, o Occupy Wall
Street de los USA. Son movimientos hermanos, y valdría la pena que los
flujos de intercambio y coordinación entre ellos se intensificasen más allá de
lo que fue la convocatoria conjunta de protesta del 18 de octubre de 2011, pero
operan en realidades definidas y para actores concretos diferenciados dentro de
cada Estado. Una falta de apreciación crítica de esta realidad se está
mostrando como un límite político en la comprensión de las dinámicas locales y
nacionales que puede afectar a la efectividad de estos movimientos para tejer
alianzas. Es más, a veces, el éxtasis provocado por las nuevas posibilidades
abiertas por la red, la ilusión de que no sólo se incide de una nueva manera en
el “mundo”, sino que se domina y se crea el “mundo” frente a los “iletrados” en
la buena nueva, impide percibir de qué manera las condiciones de “liberación”
son a su vez las de dominio. La conexión on-line de la casta corporativa (me
resisto a nombrarla “clase” como parece que se está poniendo de modo) y la
conexión subyacente del capital financiero está en la base de la posibilidad de
la gran reacción que estamos viviendo. Perder esta perspectiva puede ser el
principio del final de una confianza virtual que puede devenir ciega ante la
desesperación real. Es más, esta conexión corporativa tiene unas
características diferentes cuando las realiza esta casta y cuando lo hacen los
movimientos de protesta y es en esta dialéctica diferencial donde se deben
encontrar las primeras respuestas a las formas de acción posibles.
La forma de actuación del grupo que hay detrás del
capital financiero y las grandes corporaciones es verdaderamente global. Actúa
profundamente interconectado, con flujos de intercambio que le son
consustanciales, no tiene ningún anclaje territorial y consigue utilizar a su
servicio organizaciones internacionales como la OMC, la OIT, la FAO, el FMI o
el BM o supranacionales como la UE. Su hibridación con estos organismos
internacionales y con los grandes núcleos de poder político produce un
mestizaje constante de cargos que merecería un análisis propio. Obsérvemelo en
todo caso a corta distancia. El representante de Lehman Brothers de España y
Portugal hasta el inicio de la crisis, Luís de Guindos, fue nombrado después de
la bancarrota de esta entidad ministro de economía español. Justo al otro lado,
un ministro de economía español como Rodrigo Rato, clave en el despliegue de
las políticas neoliberales, pudo convertirse en director del FMI, para volver
después a su país a hacerse cargo de un gran grupo bancario. Lo llevó a la
quiebra y provocó así el rescate de todo el país. En ninguno de los dos casos
los fracasos serán pagados por ellos. El mismo proceso se puede observar en el
plano medio. El vicepresidente de Goldman Sachs para Europa, Mario Draghi, que
tuvo un papel fundamental en el “maquillaje” de las cuentas de Grecia,
detonante del desastre económico posterior en este país, será nombrado director
del Banco Central Europeo. A su vez el director del Banco Central de Grecia,
Lucas Papademos, que participó también en esta operación de maquillaje, se
convertirá en el vicedirector del mismo Banco Central Europeo. Cargo que dejará
sólo para ser nombrado posteriormente primer ministro de Grecia en un gobierno
de “unidad nacional” sin pasar por las urnas. Podríamos decir que el
fracaso tiene premio, pero va mucho más allá de eso, son los miembros de una
casta que en el momento de máximo peligro se han tenido que hacerse cargo de
los asuntos públicos para evitar “interferencias” democráticas. Pero de todas
formas esta opción contiene riesgos para ellos, el dominio directo siempre los
tiene al hacer evidente lo que antes estaba oculto.
Podríamos seguir con este juego, con otra gente como
Mario Monti también ex-Goldman Sachs puesto a Primer Ministro de Italia o,
yendo más allá, con la relación pornográfica que ha establecido Wall Street con
el poder en los EEUU, pero tan sólo es la parte más evidente de un iceberg
mucho más profundo. La casta corporativa se mantiene en gran parte invisible al
no actuar en un territorio concreto, ni operar en relaciones locales, y está
formada por altos gestores del sistema económico, político y cultural, dentro
de una telaraña de consejeros delegados, altos ejecutivos y políticos. El
famoso 1% que probablemente en realidad no pasa del 0,1%. Su juego es
profundamente especulativo, basado en la impunidad, y rayano a la delincuencia,
pero se basa en un programa difundido por fundaciones, partes del sistema
universitario profundamente imbricadas con el capital y medios de comunicación:
el neoliberalismo. Entendido éste no como un programa económico, sino como una
ideología con voluntad de hegemonía en todos los campos y, a su vez, una
herramienta de redistribución hacia arriba que ha permitido enormes consensos
en otras capas de la población más allá de este 1%. De otra manera, sin
este consenso, su poder, no anclado en realidades concretas, seria imposible.
Es en este sentido, que a mi entender, es una casta y no una clase, ya que
pertenece a una grupo más amplio de grandes propietarios de medios de
producción beneficiado globalmente por este ideología de dominio que ha
comportado una redistribución de la riqueza sin parangón desde la Segunda
Guerra Mundial hasta ahora. Es en esta clase más amplia, y diversa en sus
expresiones estatales y/o nacionales, donde la casta corporativa tiene, o
intenta seguir teniendo, su verdadera fuerza no exenta de profundas
contradicciones actualmente. Lo que vemos ahora es el intento hasta el
paroxismo de asegurar este dominio de una forma concreta. No es descartable, de
todas formas, que en este marco que la clase más amplia a la que pertenece esta
casta generé nuevos grupos dominantes y nuevas formas de control político,
económico, social y cultural, que en esta fase serán necesariamente
contradictorias según cada realidad nacional y/o estatal.
El crecimiento económico hasta los años setenta del
siglo XX tenia su base en incrementos salariales y la aceptación por parte de
las clases privilegiadas de una fiscalidad progresiva que permitía financiar
los derechos sociales. A cambio, en este pacto social, los trabajadores y las
trabajadoras aceptaban los aumentos constantes de productividad, que aseguraban
el incremento de la tasa de beneficio, mientras el crecimiento de la demanda,
es decir del consumo, se sustentaba en el incremento también sostenido de la
renta disponible de las clase populares. El cambio de modelo, contrariamente,
tiene su base en la bajada de salarios reales, acelerada a partir de los años
noventa y la desregularización fiscal que permitió un gran aumento de
beneficios. Mientras se mantenía el consumo, el Estado y la misma economía
productiva a partir de la creditización. Pero esto tiene un límite. La ilusión
actual del neoliberalismo, probablemente ya la última, es que el problema ya no
es la intervención del Estado en el libre mercado, sino los derechos sociales y
el Estado en si mismos. Muchos aún viven en esta ilusión, en la propuesta que
una bajada de los costes del Estado y una mayor desregularización y
mercantilización de los derechos (sanidad, educación, jubilaciones, etc.) puede
reactivar la maquina del crédito, aumentar el negocio, y retornar los
beneficios. Si esto no sucede, y no lo hará, el neoliberalismo como
ideología de la clase dominante se hundirá, como ideología hegemónica entre la
población ya hace tiempo que lo esta haciendo a marchas forzadas. Un límite, el
de la última ilusión, en el que aparecen contradicciones crecientes dentro de
las clases dominantes y que puede llevar tanto a la obertura de nuevas
posibilidades políticas y sociales para las clases subalternas -todo proceso de
cambio radical ha tenido una de sus fuentes en las grietas abiertas entre
aquellos que dominan- como a nuevas alianzas con otras clases y/o a nuevas
formas de gestión política y económica del sistema. En un sentido se puede
gestar una alianza mucho más amplia de lo que se puede llegar a imaginar para
acotar el poder del capital financiero y retornar a modelos de crecimiento
anteriores, pero es poco probable, más allá de que el agotamiento ecológico lo hace
prácticamente inasumible; en otro sentido se puede ir hacia un
capitalismo regulado y autocentrado, con poco crecimiento y formas políticas
autoritarias. Pero todo esto es especulativo. Uno de los problemas
actuales es que el viejo análisis de clase se mantiene básicamente como
principio ideológico, como mucho histórico, pero no contamos con herramientas
operativas para realizar una radiografía actualizada de la dinámica de clases.
Las corrientes posmodernas han disuelto estas herramientas en el campo del
análisis social. Un campo en el que en la actualidad, a pesar de la
sofisticación creciente, llevamos más de treinta años de retraso.
III
Si esta casta corporativa es realmente un grupo global
y en red, no podemos decir lo mismo de los iniciáticos movimientos de
resistencia social, cultural y política. Una opera para unas pocas personas en
términos relativos, los otros quieren operar para millones; una produce unas
formas de vida homogéneas entre sus integrantes, los otros quieren interactuar
en la medida de una diversidad que es prácticamente la diversidad humana. Los
mercados laborales siempre son locales, las solidaridades integradas siempre
son locales, las configuraciones políticas siempre son locales. La
reconstrucción política tendrá una dimensión internacional, y tendrá que
aprender a intervenir en esta dimensión, llegando a acuerdos internacionales
sobre momentos de protesta conjunta, realizando amplias alianzas entre sectores
diversos, y a veces contradictorios, produciendo mecanismos de articulación de
nuevas propuestas, pero las configuraciones políticas serán locales,
regionales, nacionales y estatales.
La casta corporativa en su modus operandi produce la
desintegración social y la resistencia se basa en la propia reintegración que
opera en mercados, realidades, redes y cultures locales. Puede parecer poco, un
mero intento de sobrevivir, pero es mucho. Así operó la resistencia a los
ejércitos napoleónicos aquí. Una vez la vieja carcasa del poder estatal pactó
con los invasores, o desapareció como actor, fue el pueblo de abajo el que
inició el camino del desafío contra los ocupantes. Al hacerlo apeló a un pueblo
y a una patria que, contrariamente a las viejas polémicas historiográficas no
hacía referencia ni a España ni a Cataluña, sino a una forma de vida amenazada
en un territorio concreto, en un marco de relaciones e identidades concretas.
Una patria pequeña si se quiere, pero con un inusitado poder. Así operaron
también las resistencias antifascistas contra la ocupación nazi por toda
Europa, tanto defendiendo la vida, como una nueva vida, una nueva patria. Así
construyeron el futuro.
De hecho, la principal debilidad de la casta
corporativa en un momento de crisis de su “función”, en el marco de las clases
que a nivel estatal se han enriquecido bajo su estela, es precisamente la
falta de anclaje en las realidades concretas y de allí su intento de ocupar
cargos institucionales para dominarlas en el momento de peligro. En su carácter
global reside su capacidad de dominio, permitiendo redireccionar constantemente
los flujos de capital en función de sus intereses y subyugando así a países
enteros atrapados en la creditización, pero también la hace, finalmente,
dependiente de unas clases que hasta ahora se han beneficiado de ella y que le
ofrecen un anclaje en el territorio. Una vez destruida cualquier ilusión
neoliberal, una vez destruida cualquier capacidad de propuesta de los
gobernantes, que no sea la obediencia a los “mercados”, la dinámica política, y
eso es cierto particularmente aquí, vira y virará más hacia los problemas
identitarios y hacia las dialécticas nacionales dentro del Estado. Sin más
narrativa a la que recorrer, en una larga fase de recomposición de un dominio
estable, la bandera se convertirá en un pañuelo extremadamente útil para
mantener legitimidades y capacidad propositiva entre las elites políticas
gobernantes. Aquellos mismos que no han tenido ningún problema para
arrodillarse, y hacernos arrodillar a todos, ante los mercados internacionales
o las organizaciones supranacionales, ahora se entregaran con furia a denunciar
las opresiones insostenibles que se dan entre diferentes realidades nacionales
dentro del Estado. El grito de ¡a por las autonomías!, o bien ¡a por los gastos
independentistas inútiles!, será respondido, en un relación asimétrica cabe
decir no obstante, por ¡a por el Pacto Fiscal! ¡contra el expolio! Pero
en ningún caso esa exacerbación se hará bajo un planteamiento de reequilibrar
la relación de clases, y de rentas, que está en el origen de la crisis que
estamos viviendo.
Pero esta transformación, o radicalización del
discurso político, parte y se construye sobre una base real que deben ocupar
los movimientos sociales y políticos de resistencia si quieren reconstruir el
futuro. En la medida que la gran reacción toma la forma de un diktat de arriba
hacia abajo violenta las formas de poder periférico y exacerba las
problemáticas sobre las que se ha construido, entre ellas las de las
identidades nacionales, y toda respuesta tiene tendencia a activarse a la
larga entre otras cosas como un movimiento de dignidad nacional, a la vez que
compite con otra narrativa nacional que oculta la verdadera naturaleza de la
reacción. Dependerá en este sentido un resultado u otro de si los movimientos
políticos y sociales de resistencia que puedan consolidarse son capaces, desde
las patrias pequeñas, de captar todas las diversidades identitatarias e
integrarlas, de establecer todas las alianzas posibles y crear nuevas
configuraciones políticas y sociales. Convirtiendo la debilidad de las
resistencias que actúan en ámbitos locales en fuerza, convirtiendo la fuerza de
la casta corporativa global y de les clases que la sustenten en debilidad en su
anclaje local. El punto de partida debe ser, como antes, la patria pequeña
entendida como la defensa de una forma de vida y a su vez como la construcción
de una nueva vida digna. Los momentos de transito que estamos viviendo puede
acabar de dar forma a la gran reacción en un sentido determinado o bien abrir
brechas por donde se pueda empezar a poner las semillas de una gran
transformación. Nada está decidido en este sentido. Es patente la debilidad de
los movimientos de protesta, pero también lo es cada vez más la de las formas
de dominio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario