Historia
de un balcón
Hacia las once de la mañana un hombre
extremadamente inquieto se va encontrando con sus amigos mientras anda por
Barcelona. Es abogado y como tal lo ha sido de los diversos activistas de los
movimientos sociales de Barcelona y de Catalunya durante sus años más duros.
Hace dos días que, además, es regidor electo del Ayuntamiento de Barcelona. Han
sido unas elecciones extrañas. España se encuentra aún bajo los influjos de la
Dictadura de Primo de Rivera y también todavía bajo una monarquía. Pero el 12
de abril unas elecciones municipales que ganan globalmente los monárquicos, han
llevado a la victoria republicana allí donde realmente se ha podido votar con
pluralidad: en las capitales de provincia y principales ciudades de España. Ha
sido un resultado sorprendente. Él mismo es regidor municipal por un partido
que tiene menos de un mes de historia y por el que nadie daba un duro: Esquerra
Republicana de Catalunya. Un partido que arrasó en las municipales del 12 de
abril. Pero de eso ya hace dos días y parece que todo el país está instalado en
un impasse. En ese momento ese hombre se decide a hacer un gestó. Se dirige
hacia el Ayuntamiento, toma posesión sin más de la vara de alcalde y se asoma
hacia el balcón que da a la Plaça Sant Jaume. Son las doce pasadas y Lluís
Companys proclama el nacimiento de la República. Una vez la noticia es sabida
en la ciudad, otro líder de ese partido, cabreado ante la decisión unilateral
de su compañero, se dirige al balcón que hay enfrente del Ayuntamiento de
Barcelona, el de la sede de la pasada y futura Generalitat, y proclama el
Estado Catalán integrante de la futura Federación de Repúblicas Ibéricas. Se
llama Francesc Macià y falta un cuarto de hora para las tres de la tarde.
Finalmente, ya al atardecer, en una reacción en cadena, la República española
es proclamada en Madrid.
Desde ese día ese balcón, con diversa suerte,
ha marcado los grandes puntos de inflexión de la historia de Cataluña. De nuevo
Companys salió en él para proclamar el 6 de octubre de 1934 (cuando la CEDA
llegaba al gobierno de la república y en medio de una convocatoria de huelga
general de protesta en toda España y la insurrección de la comuna asturiana) el
Estado Catalán de la República Federal Española. Una de las declaraciones de
independencia más curiosas de la historia, cuando justo después de ella invitó
a formar un Gobierno Provisional de la República española en Barcelona. No se
encuentra otro caso como este en los anales de la historia: el líder de un
estado independiente que invita a formar un gobierno en el exilio a aquellos de
los que se acaba de separar. Historia que en este caso acabó con los huesos de
Companys, y de muchísimos otros, en la prisión y con la suspensión de la
autonomía catalana. Más de cuarenta años después sería otro President de la
Generalitat, Josep Tarradellas, el que saldría a ese mismo balcón el 23 de
octubre de 1978. En este caso para proclamar el “Ja sóc aquí” (ya estoy aquí)
que significaba la reinstauración legal de la Generalitat republicana,
previamente a la propia aprobación de la Constitución española, y la de un
presidente cuya legitimidad última descansaba en el último parlamento catalán
elegido durante la República. Nada menor, fue la única ruptura simbólica que
conllevaba la reinstauración de una institución republicana durante el proceso
de transición. Todo ello después de la manifestación que agrupó un millón de
catalanes el 11 de septiembre de 1977.
Por lo que parece, 45 años después, tras la
manifestación del 11 de septiembre de 2012, ese balcón vacío ejerce una
poderosa atracción de nuevo.
Hacia la ruptura del sistema
político
Es improbable que se produzca un referéndum
en Cataluña sobre la posibilidad de su independencia. No se puede negar nunca la
capacidad de cintura política de un sistema político que tuvo como su primer
presidente, para sorpresa de todos, a Adolfo Suárez, último Secretario General
del Movimiento. Menos todavía cuando la crisis actual de legitimidad del
sistema y de la misma corona demandan a gritos algún tipo de operación audaz
para su reconstrucción. Pero, a pesar de ello, no parece de momento probable.
Ni eso, ni un pacto de salida entre elites para retornar a la estabilidad. Tampoco Artur Mas, y una parte importante de la
dirigencia de CIU, pueden dar marcha atrás sin desaparecer para siempre de la
ecología política catalana. Todo parece indicar, a pesar de al importancia de
la lucha por un referéndum, un camino que lleva a la convocatoria de unas elecciones
plebiscitarias para llegar a una declaración unilateral de la independencia de
Catalunya. Si es así el balcón deberá ser llenado de nuevo, pero la pregunta es
quien saldrá en él: ¿Mas? ¿Junqueras? ¿Alguien que todavía no ha emergido? Y le
pregunta más importante sigue siendo, a pesar de la atracción innegable que
ejerce ese balcón en la historia de Catalunya y de que todo parece de nuevo
llevar a él, ¿alguien podrá salir allí finalmente?
La locomotora marcha sin freno hacia la
estación balcón, pero en el camino puede perder muchas piezas, hasta acabar con
ella. En el marco de unas elecciones plebiscitarias el sistema político catalán
amenaza en este sentido de implosión. La coalición gobernante formada por CDC y
UDC más que probablemente se desharía antes de llegar a la contienda electoral.
Unas elecciones en las que Convergencia quedaría en segundo lugar o equiparada
por poco con ERC, el PSC profundizaría su harakiri electoral, mientras que ICV,
que se puede agrupar al entorno de la defensa de la consulta, probablemente
quedaría dividida ante el dilema de votar directamente en un Parlament el sí o
el no a la independencia. Todo ello mientras asistimos al incremento de un
nuevo frente patriótico, pero en este caso español, pilotado por Ciutadans y a
la erosión del PP como partido del poder central. Es posible, en este contexto,
que no haya una mayoría parlamentaria para la declaración de independencia. El
resultado de un parón del proceso en este sentido no haría sino sumir al
sistema político catalán en una situación de bloqueo y a la propia redefinición
del proceso sobre nuevas bases.
Pero supongamos que sí, que se ha llegado a
un escenario donde la declaración unilateral es posible. Alguien o álguienes,
aún no sabemos quien o quienes, salen de nuevo al balcón y declaran la
independencia de Cataluña. ¿Qué pasa después? Si en las elecciones de 2015 un
Partido Popular disminuido consigue estar de nuevo en el poder, o hay una
amplia coalición PP-PSOE para “salvar” a España de la quiebra, o la alianza es
entre el PP y UPyD ya más sencillamente para “salvar” a España, lo más probable
es la suspensión de la autonomía catalana. Suspensión que se podría realizar de iure, por decreto, o de facto, vía inhabilitación de sus
principales dirigentes, y con ello no termina ninguna historia, probablemente
no haría sino empezar de una forma mucho más cruenta.
Más
allá del día D
No hay precedentes para lo que pueda suceder
aquí. Pero si finalmente el bloqueo al proceso es externo y coercitivo
difícilmente el sistema político español no quedará también profundamente
afectado y dislocado. Las veces
que alguien ha salido a ese balcón de Plaça Sant Jaume no ha definido tan sólo
la historia de Cataluña, también hizo lo mismo con la de España, como
reestructuración del Estado o como proceso reaccionario.
Joaquín Maurín, más que probablemente el
único pensador político marxista original en la década de los veinte y treinta,
apuntaba que el proceso de emancipación nacional catalana tenía tres fases. En
la primera estaba dominado por los partidos “burgueses”, en su caso se refería
a la Lliga de Cambó, el esquema nos llevaría a nosotros a la CIU de Artur Mas;
en la segunda por los partidos de la “pequeña burguesía”, en su caso se refería
a ERC, en el nuestro volvería a ser ERC; y en la tercera por los “proletarios”,
en su caso él pensó que sería el POUM, aunque acabó siendo el PSUC, en el
nuestro es de suponer que quiere ser la CUP, pero de la misma manera que en el
caso del POUM nada está claro todavía, y no parece ser que ella se piense
estratégicamente así, sino como el partido que pretende agrupar todo lo que
esté a la izquierda de ICV, dejando a ésta el amplio campo que va de ella misma
hasta los votantes del PSC. Aunque la verdad sea dicho de paso la tercera fase
nunca quedó verificada completamente, ya que cuando llegó lo hizo de la mano de
una revolución social donde lo nacional quedó en segundo plano. Pero lo que sí
que parece más o menos claro, al menos lo está desde los años treinta del siglo
pasado, no antes a pesar de todos los mitos que lo explican así, es que el
catalanismo es el espacio hegemónico del campo político en Catalunya, desde el
que se construye todo proyecto con voluntad de mayorías. Al menos hasta ahora,
ya que tampoco nunca antes el catalanismo había sido, menos en algunos sectores
no mayoritarios, centralmente independentista, sino una propuesta de
reconstrucción de España desde Catalunya, con lo cual tampoco es impensable el
retorno a escenarios políticos anteriores a los años veinte.
Estamos en un momento de incertidumbre
absoluta, que se cruza y se interrelaciona de formas diversas con la crisis de
legitimidad del sistema actual, pero en este marco las izquierdas catalanas en
la oposición deberían poder trabajar con hipótesis y escenarios que fueran más
allá de lógica y agenda gestadas por CIU y ERC, y no sólo intentar profundizar
en ellas en un sentido radical. Lo que estamos viviendo, en un proceso que se
agudizará si sigue las rutas actuales, es un terremoto político en el panorama
institucional catalán. La desintegración del voto socialista, al que sigue la
profunda erosión electoral de CIU, los dos partidos centrales del sistema hasta
ahora; una ERC en crecimiento espectacular, pero crecimiento orientado
claramente a la consecución de la independencia que si fracasa puede ser un
voto de retorno; una ICV-EUiA que se mantiene estable, una estabilidad que si
pasa de la estática a la dinámica le da mucho juego político todavía, pero que
de momento aún no ha mostrado ninguna carta nueva ni parece que este pensando
seriamente en ello; y unas CUP que sitúan por primera vez el espacio
anticapitalista en el Parlamento Catalán. Todo ello son sólo los signos más
institucionales de este terremoto. Por abajo, si algún actor ha visualizado
activamente la profundidad de este seísmo ha sido el movimiento político Procés
Constituent. Su propuesta de iniciar un proceso constituyente donde el eje
social integre al nacional, y no el nacional al social como suele ser más
tradicional, a partir de un nuevo eje que sea una transformación global
constituyente, tiene una suerte incierta todavía, pero con un recorrido que
empieza a ser sólido. En sus multitudinarias presentaciones y asambleas por
todo el territorio catalán ha mostrado hasta que punto la pasión política está
prendiendo en la calle, travesando los espacios más activistas, y hasta que
punto hay una crisis de representación transversal.
Unas izquierdas que quieran sobrevivir al
proceso y hacerlo suyo para devenir en una alternativa de mayorías deben no
quedar atrapadas en su lógica más institucional, y prepararse en lo que más que
probablemente devendrá en una saturación e implosión de sistema político
tradicional. Camino en el que difícilmente encontrarán las izquierdas catalanas
con las españolas procesos de convergencia fuertes, más allá de pequeñas y
significativas minorías. Actúan en dos espacios políticos con profundas
contradicciones y con lógicas diferenciadas que lo hacen especialmente difícil
cuando se refieren a las realidades nacionales. Es más la voluntad “pedagógica”
catalana a veces es tomada sencillamente como una afrenta, para aquellos que no
creen que el problema sea de comprensión. Pero eso no significa que no haya un
espacio práctico claro de encuentro. La primera vez que alguien salió en ese
histórico balcón de la singladura catalana, lo hizo después de unas elecciones
municipales realizadas en toda España, donde se habían concentrado diversas
candidaturas con un mismo objetivo: acabar con el Estado de la restauración. Él
que salió formaba parte de un partido que apenas tenía un mes de historia y
allí en el proceso, aún sólo fuera por un instante, se encontraron las diversas
izquierdas y en ese encuentro se retroalimentaron.