Éramos pocos y…. El lío europeo
Recientemente Oriol Junqueras anunció, en una
entrevista realizada en prime time
por la televisión pública catalana, que ERC no se presentaría a les elecciones
europeas con Bildu. Un acuerdo entre estas dos formaciones que hasta entonces
se daba por completamente cerrado ya. Más allá de los motivos concretos para
ello –básicamente no querer mezclar el proceso catalán con la solución del
problema vasco– el hecho tenía algo de sorprendente en otro sentido. Era la
primera vez que un dirigente nacionalista catalán, que no provenía de sus filas
más conservadoras, decía que no de una forma tan administrativa y pública a una
propuesta de unión con nacionalistas vascos. Le dedicó menos de un minuto al
tema: caso cerrado. Un hecho que además pone sobre la mesa cómo las complejas
dinámicas nacionales que se dan en el seno del estado español no son sólo
bilaterales, sino multilaterales. No hay en este sentido un sólo caso nacional
enfrentado con una forma concreta de desarrollo de la nación española. Entre
los diversos casos, más allá de la relación con España como nación, también se
dan desencuentros. De hecho en una extraña paradoja, digna de un análisis más
detallado, el caso catalán y el vasco más que retroalimentarse en sus
respectivos ritmos, parece que se amortiguan: cuando el primero se presenta
desafiante, el otro pretende negociar; cuando el primero juego a lo posible, el
segundo parece hacerlo en el campo de la ruptura.
Pero si esto se refiere a una perspectiva
posible, hay otra que se debe tener también siempre presente: la agudización de
las diversas dinámicas nacionales dentro del estado, como también la realidad
de la progresiva complejidad de los procesos políticos de lo que se convino en
llamar regiones, articulan una de las principales líneas de tensión, y posible
punto de fuga, con el que se enfrenta el Estado de la segunda restauración
monárquica. El de la primera, donde esta tensión también estuvo presente,
terminó con la II República. Aunque ahora esa suerte es mucho más incierta,
cualquier propuesta política interesada en la transformación del sistema no
puede desechar esta compleja realidad a la ligera, como tampoco intentarla sólo
bordear, sino buscar los caminos que le permitan integrarla en un proyecto más
amplio de transformación social y política.
Pero volviendo por un momento al caso concreto
del inicio, lo cierto es que la decisión de ERC acababa de complicar el
panorama de las elecciones europeas en Catalunya, como también en España. Como
mínimo en aquello que se refiere a las “izquierdas alternativas”, acompañadas
últimamente por un nuevo espació de incubación política que podríamos definir
como el del “más allá” (es decir el de esas opciones que autoafirmándose como “revolucionarias”,
también niegan toda legitimidad a la izquierda como sujeto transformador). Teníamos
ya las siglas habituales de ICV y EUiA, aunque en ellas se pueden esperar
también interesantes sorpresas de último momento mezcladas con lo habitual; a
ellas se añadían las nuevas propuestas como el Partido X, que es de esperar que
habiendo ganado ya en el futuro concurran electoralmente en este presente, para
no generar una escisión en el multiuniverso en el que ese futuro no sea el
nuestro; había surgido ya, aunque de ello sólo hace tres semanas y ya parece
todo un ciclo, Podemos; y ahora además cabía y cabe la posibilidad de que la
CUP haga bloque con Bildu y el Bloque o que incluso se realice en este sentido
una oferta a Podemos. Ciertamente éstas ultimas posibilidades son de todas
formes opciones de difícil cumplimiento. Difícil porque si antes la izquierda
abertzale se había ofrecido a ERC, actual soporte del gobierno de CIU en
Catalunya, y ello no se ha consumado por decisión de la propia ERC, ahora
volver a los antiguos aliados no se antoja como un camino de rosas. Pero todo
es posible. Difícil también, más allá del caso catalán, porque una alianza con
la izquierda abertzale deviene rápidamente en una campaña donde el problema
vasco se convierte en el único problema. Hay fuertes motivos para que ello sea
así, ya que la resolución de este conflicto ha quedado paralizada ante el
cierre del Estado español, pero en un momento de tantas iniciativas será
complejo condicionar también tantas agendas.
Y es que por mucha fuerza que tomen las
realidades nacionales en la dinámica política, en la medida que queden
ensimismadas en si mismas difícilmente podrán mover ficha en el complejo
escenario actual e incluso resolver sus propios proyectos nacionales. Este es
un escenario que demanda de la construcción, explicita o implícita, de amplias
alianzas y de un mínimo de proyectos compartidos. Cuando se han vivido
profundos terremotos políticos esto siempre ha sido así. En el origen de algo
llamado posteriormente izquierda en esta tierra de muchas patrias, ésta ya
definió su ADN constitutivo como federal. De un federalismo que nada o poco
tenía que ver con el actual y que partía de las soberanías territoriales e
incluso de los Estados propios. Esto no era un añadido más a sus programas,
sino el medio necesario para su realización. No por nada, el modelo liberal
español conformado con la implantación del capitalismo en los años treinta y
cuarenta del siglo XIX, que nada tenía de democrático, se construyó a partir de
la acumulación de poder en el Estado central: esta fue su principal herramienta
de transformación social dada su debilidad en otras esferas. En el mismo
sentido, aquellos que primero pensaron en la necesidad de luchar por la
democracia, y casi inmediatamente cómo desde ella superar el capitalismo,
vieron que ello era imposible sin destruir previamente la arquitectura del
Estado centralista. Esto era así para alguien como Abdó Terrades, que se
encuentra tanto en el origen del republicanismo catalán como de las primeras
expresiones del comunismo. Esto era igualmente así para un gaditano afincado en
Madrid en los años cuarenta del siglo XIX como Fernando Garrido, padre también
tanto de los demócratas españoles como de las primeras expresiones del
socialismo. Ciertamente de todo ello hace mucho. No se encuentra en ese futuro
ya ganado según algunos, sino en un pasado donde todo estaba por realizar.
Nuestro presente es diferente, pero en él, en el mismo sentido que en nuestros
orígenes, difícilmente es posible articular un proyecto transformador sin
metabolizar la diversidad de las fuerzas nacionales. En él también los
proyectos de base nacional, de las naciones sin Estado, difícilmente construirán
sus sueños en una lucha solitaria, que no generé unas mínimas empatías y
alianzas, contra un Estado mucho más fuerte. Los procesos de cambio político
fuerte en nuestro caso siempre se han iniciado en las periferias y desde ellas
han andado o han fracasado hacia el centro. Y ahora en ese centro, desde abajo,
ha emergido una nueva propuesta.
¿Podemos?
El surgimiento de nuevas posibles opciones políticas
en el marco de las elecciones Europeas tiene razones técnicas, pero también
unas profundas razones políticas más allá del debate sobre los posibles
liderazgos. En el primer sentido, el hecho de que estas elecciones sean de
circunscripción única, permitiendo superar el bipartidismo, y donde además dada
su baja participación sea relativamente “fácil” conseguir alguna acta, las
convierte en un campo ideal para la experimentación política. A su vez estas
elecciones “abren” el ciclo político electoral que se cerrará en 2015 con las
municipales, autonómicas y generales. Entrar ya desde el inicio en este ciclo parece
significar así abrir el juego para el resto de su recorrido. Pero dicho esto,
en realidad no se ha dicho nada, ya que todo esto no surge sólo de una
“oportunidad”, sino de una realidad.
El 15M no fue en este sentido sólo una
impugnación al funcionamiento del sistema, o al sistema in toto según los gustos y los momentos, también fue una
impugnación de las izquierdas realmente existentes. Sobre las cenizas de su
desaparición como actor permanentemente movilizado de la escena pública, eso se
puede olvidar fácilmente, pero esas cenizas queman todavía. De ellas surgen las
opciones políticas que niegan a la misma izquierda, y que a veces olvidan
también demasiado fácilmente, probablemente porque tampoco nunca lo supieron,
que la izquierda no son sólo elites, sino también pueblo, parte del
pueblo. Un pueblo que no es sólo
un ente sin ideologías, tradiciones y señas de identidad, que si antes estaba
“secuestrado” en manos de aparatos ideológicos-electorales ahora está dispuesto
para ser conquistado por una nueva versión revolucionaria de la meritocracia.
Puede ser que las izquierdas hayan concluido un ciclo histórico, no tienen más
de dos cientos años y de la misma forma que nacieron pueden fenecer o
transformarse hasta convertirse en algo irreconocible, pero no son ni fueron
sólo una marca electoral, ni un aparato de control social. Lo que pasará con
ellas aún no está escrito y por muchas que sean las ansias de sus sepultureros
ello no significa que todo su patrimonio sea ya un pasado que se resiste
demasiado a morir. De hecho, de las ardientes cenizas del vendaval del 2011
surgen también otras propuestas. Comparten con las primeras su ambición, el de
intentar ser mayoría, y su forma populista, pero no reniegan de ese patrimonio,
y ello les otorga un mayor fondo o acaso mayores limitaciones según sea la
mirada que las juzgué. Pero que no renieguen de sus orígenes, a la vez que
utilicen gran parte del arsenal de ese patrimonio, no significa que el marco propuesto
no sea radicalmente diferente. Lo es en tanto en cuanto se considera que las
identidades de las izquierdas no son sino a veces fronteras limitativas, más
que puentes con los que conectar con sectores más amplios de la sociedad.
Aunque ello también establece una tensión fecunda y a la vez problemática.
La imprudente audacia de la iniciativa
Podemos, tal como fue descrita por su principal cara pública, no puede ser
leída como una más de las cíclicas propuestas que surgen de los entornos de IU.
Los tiempos no son los mismos que cuando surgieron los otros proyectos de una
tensión más meramente política que social, con mayor o menor suerte, con mayor
o menor aproximación al PSOE. Es más, esta nueva propuesta abre inicialmente el
juego también como una interpelación a IU, más que un alejamiento que la
desecha, y en ella, de momento, parece que está surtiendo cierto efecto, tanto
en los debates de los órganos dirigentes de esta coalición como en sus mismas
bases. No es poco en un momento donde IU no se encuentra tampoco en una crisis
o estancamiento electoral, como si es el caso de ICV-EUiA en Catalunya en unas
coordenadas diferentes. Esa es una de las virtudes de la propuesta de Podemos,
pero también puede ser su limite si queda atrapada sólo en esta lógica. Porque
podemos, en su presentación hasta ahora, también parece mostrarse como un
proyecto claramente más ambicioso.
En su corazón anida mucho del intento de
construir un proyecto político de corte nacional populista de izquierdas
español. Se puede decir que en ello se denotan los signos de las experiencias
latinoamericanas, a pesar de que mucho también hay de proyectos populistas en
la propia historia de las izquierdas europeas. De hecho, en este sentido el
populismo de izquierdas patrio, como la misma experiencia del Frente Popular en
los años treinta, tiene un encaje más complejo en nuestras tierras que en
otras, ya que son varias y contradictorias las identidades nacionales de
referencia. Pero siendo extremadamente complejo ello, este intento inicial capta
también una de las tensiones primordiales de nuestros tiempos. En la medida que
la restructuración de nuestras sociedades se impone de arriba a abajo y de “fuera”
hacia “dentro” desde unos núcleos de poder internacional o supraestatal, se
llame ello casta financiera, Troika o Unión Europea, las resistencias tienden a
activar resortes de las identidades nacionales y a construirse potencialmente
como movimientos de dignidad también patriótica. El contenido de esta
resistencia a su vez presenta claramente un aspecto populista, ya que si la
gran transformación es puesta al servicio de unos intereses de clase
determinados, en este caso claramente los de la casta financiera, sus efectos
tienden a ser interclasistas. Evidentemente para poderse llevar a término el
proyecto reestructurador de la sociedad éste intenta ponerse también al
servicio y aliarse con los intereses capitalistas “nacionales”, pero no está
muy claro hasta que punto ellos saldrán beneficiados, como sí que lo está que
el resto de clases saldrán perdiendo. En este marco más que un conflicto de
clases “clásico”, si es que esto ha existido realmente nunca más allá de breves
períodos, éste se reviste de un conflicto entre el “pueblo” y la agresión “externa”
y sus servidores “internos”. Y aquí lo que está en juego es demostrar cómo el
partido más pretendidamente patrio, el Partido Popular, es realmente el partido
de la imposición de intereses “exteriores”, el partido del extranjero. Las formas políticas que tomó una realidad
semejante durante los años treinta del siglo pasado fueron el fascismo y el
frentepopulismo, dos populismo con un contenido político y de clase
radicalmente diferentes, que actuaban ante una crisis común. Si el 15M fue en
este sentido un movimiento populista, también las nuevas formas de articulación
política mantendrán ese componente.
La arena del nuevo tipo de juego político de
una sociedad en crisis es la arena donde la competición entre la derecha y la
izquierda tiende a tomar unos contornos claramente diferentes. En este sentido,
también las diversas derechas están sufriendo mutaciones con la expansión de nuevas
propuestas como UPyD, Ciudadanos o ahora VOX, con un claro componente nacionalista.
Estas transformaciones se dan no sólo aquí, pero en el caso español revisten
una complejidad particular. Aquí el
Estado, y con él una determinada idea de España, también es percibo, y es
percibido especialmente así desde las realidades nacionales periféricas, como
un instrumento de imposición de arriba abajo y del “afuera” hacia el
“adentro”. En este sentido, la
propuesta de Podemos parece explorar una vía fuerte, pero también en este
sentido debe resolver problemas inmensos en lo que se refiere a nuestras
propias realidades. Aquí el binomio inicial hace referencia tanto al intento de
recuperación de una identidad nacional española, una demostración de lo que es
ser realmente “patriota”, secuestrada durante el franquismo por la derecha,
como a la aceptación sin condicionantes de la posibilidad de que las otras
naciones del estado se conformen como Estado. Pero probablemente si la
propuesta tiene éxito todo esto deberá tener un mayor recorrido y enfrentarse a
una enorme dificultad: el grueso del patrimonio de una izquierda capaz de
articularse en una identidad nacional española, conformada por sus propios
valores, quedó en parte congelado en toda su complejidad, variedad y riqueza,
en los años treinta del siglo pasado. Su potencia cultural es todavía enorme,
pero está por ver si se puede activar en nuevo presente.
Pero si ese parece ser el corazón de la
propuesta, o uno de ellos, que entraña una gran fuerza, al disputar la defensa
de la identidad nacional a las derechas en un sentido que en medio siglo no se
había ensayado aún por parte de las izquierdas españolas, su propuesta toma la
forma más clara de lo que fue una parte del 15M. En este sentido el eje no es
otro que de la democracia, porque lo que está en juego en nuestros tiempos no
es otra cosa que ella misma. Lo fuerte aquí no son las identidades políticas,
ni las legitimidades ideológicas, sino la unión al entorno de un desarrollo
programático común que permita trascenderlas en una propuesta que se quiere de
mayorías, más que de unidad de las izquierdas. Se entiende, y creo que
correctamente, que el problema no es otro que la democracia, es decir su
ausencia sistemática en cada una de las decisiones que atañen a nuestras vidas
y que pasan por encima de las urnas, los programas y las retóricas, y que, por
tanto, la solución tampoco es otra que la democracia. En este caso de su
reivindicación deriva todo lo otro: la expropiación de los expropiadores de los
bienes públicos o comunes, la
preservación y extensión de los derechos sociales, la condena de aquellos que
la violan sistemáticamente y así un largo etcétera más. Tampoco nada muy lejos
del origen de las izquierdas en la península, cuando Abdó Terrades exhortaba a
los obreros a luchar por ella, “por la cuchilla niveladora de la democracia”.
Aunque él entendía que ese camino podía ser la senda hacia el comunismo, y en
el caso que nos ocupa, en un marco completamente diferente, parece que se nos
habla más de una socialdemocracia fuerte, en un momento donde la débil ya no es
digna de ese nombre. Más fuerte en este sentido que aquellas propuestas que confunden
procesos constituyentes con medidas de corrección democrática y utilizan la
palabra revolución en un sentido que nadie hubiese imaginado. Pero, siendo
fuerte, ésta es quizás la parte menos innovadora de la propuesta en un mundo
que ha cambiado mucho desde los setenta hasta ahora.
De todas formas, sea como sea, y
probablemente esta propuesta todavía no “es”, sino que se construirá en su devenir,
su ambición no puede ser desechada sin más en un debate sobre sus virtudes o
defectos concretos, que pueden ser muchos. Aquí el debate no es de liderazgos,
aunque es cierto que las izquierdas actuales tienen un problema fuerte en este
campo, ni tan siquiera de métodos, aunque parece que este es otra tema
recurrente al entorno de las críticas y halagos a la iniciativa, sino de
propuestas. Y en este sentido ésta es un intento claramente nuevo en un campo,
el de las izquierdas, donde la renovación ha quedado atrapada en un debate
sobre liderazgos, democracias internas y tímidas oberturas hacia fuera sin más
que ofrecer que la propia obertura. Se pretende disputar la hegemonía de lo
nacional a las derechas, se pretende aunar en torno a unos objetivos a los más,
sin preguntar por sus credos. No
está escrito tampoco que sólo con esa voluntad se vaya a conseguir los
objetivos propuestos, invocar no es lo mismo que realizar, pero como mínimo hay
un audaz gesto que valorar y con el que empezar a trabajar más allá de lo ya
conocido.
El tiempo de la propuesta de momento es corto.
No puede ser de otra forma si el análisis del que parte es el de la necesidad
de actuar en un ciclo político que tiene poco más de un año de vida, el que va
de las europeas a las generales. Es de nuevo la imprudente audacia de la que
hablaba su principal promotor. Hay mucho en juego y el órdago se lanza ya al
inicio. Asimismo el cordón
umbilical hacia esas tan deseadas mayorías es estrecho, fiado a la presencia
mediática de Pablo Iglesias y a la capacidad de encarnarse territorialmente en
los círculos. Hay poco tiempo, pero de momento es el tiempo de esa propuesta. Otras
propuestas se mueven en otros tiempos, lo que dificulta que se la jueguen en
esta apuesta. Porque ciertamente ahora hay europeas, aunque parece que lo de
Europa sea lo menos importante en los debates que se abrirán en estas
elecciones, y dentro de un año generales, pero entremedio hay otras cosas.
Están las autonómicas que marcan más claramente los calendarios y las apuestas
electorales de las propuestas
rupturistas en las naciones periféricas del Estado, y suponen otros puntos de
ruptura y líneas de tensión en esta crisis del sistema. También hay otras contiendas
que parecen menores, pero que pueden devenir finalmente, según vaya todo, en
las más importantes, en el campo de las municipales. Probablemente es cierto
que hay una mayoría social que el 15M hizo emerger que está en contra de todo
lo que está sucediendo y que no tiene dudas sobre quienes son los principales
responsables. Probablemente también es cierto que en las propuestas
tradicionales, a pesar de su indudable crecimiento en algunos casos, no se está construyendo de momento un nuevo
proyecto en base a esta realidad, más allá de unas cuantas recetas. Pero siendo
todo ello cierto, lo que nos indica es que hay una crisis de hegemonía. Más
difícil es dilucidar hasta que punto se da y sobre todo hasta que punto existen
las condiciones de plausibilidad para pensar en una recomposición alternativa
de una nueva hegemonía. Muchas de las lecturas incansables ante el desaliento
parecen indicar que los elementos están ya todos dados y que lo que falla son
los sujetos políticos, sean estos de movimientos o de partidos. Y es cierto que
en estos tiempos hace falta tanto de la audacia como de la inteligencia. Pero
por si todo ello deviniera fallido,
o parcialmente fallido en sus objetivos últimos y en sus tiempos cortos,
es en el campo municipal donde se puede articular tanto una discurso de
ofensiva, como una realidad de resistencia. Donde sobre todo se pueden comenzar
a visualizar alternativas políticas operativas, conectadas con experiencias
sociales innovadoras que construyan la posibilidad no sólo de actuar entremedio
de una crisis general de legitimidad del sistema, sino de articular elementos
para una nueva hegemonía.
El 15M emergió entre la grietas del ciclo
electoral anterior y en cierto sentido consiguió desbordarlo. Cuando el nuevo
ciclo que empieza ahora llegue a su culminación es de esperar que muchos de los
proyectos que se han gestado en este interregno hayan madurado. Para cuando
lleguemos a ese momento, la crisis social seguirá profundizándose
dolorosamente, el desafió del proceso soberanista en Catalunya habrá llegado a
un momento crítico y el proceso de deslegitimación institucional se evidenciará
con toda su fuerza. Para entonces es de esperar también que la imprudente
audacia, la de todos, éste también presente.