<<El
aspecto de la crisis moderna lamentado como “oleada de materialismo” está
relacionado con lo que suele llamarse “crisis de autoridad”. Si la clase
dominante ha perdido el consentimiento, o sea ya no es “dirigente”, sino sólo
“dominante”, detentora de la mera fuerza coactiva, ello significa que las
grandes masas se han desprendido de las ideologías tradicionales, no creen ya
en aquello en lo cual antes creían. La crisis consiste precisamente en que
muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo. (…)
El
problema es éste: ¿puede “curarse” con el puro ejercicio de la fuerza, que
impide el triunfo de nuevas ideologías, una ruptura entre las masas populares y
las ideologías dominantes tan grave como lo que ha ocurrido (…)? Por de pronto,
la represión física producirá a la larga un difuso escepticismo, y nacerá una
nueva “combinación”, en la cual, por ejemplo, el catolicismo se hará todavía
más jesuitismo, mezquino, etc. (…) La muerte de las viejas ideologías se
verifica como escepticismo respecto a todas las teorías y las fórmulas
generales, con aplicación al hecho puramente económico (…) y a la política (…)
pero esa reducción significa precisamente la posibilidad y necesidad de formar
una nueva cultura.>>
(“Crisis de autoridad”, Antonio Gramsci, 1929 – 1932)
Nueve persones
se encuentran en una taberna, corre el año 1792, toman pan, queso y cerveza y
empiezan a hablar “sobre la dificultad de los tiempos y la carestía de los
productos” y en ese hablar deciden que el problema es la democracia: su
ausencia. Un acto sencillo, que no revestiría mayor importancia, sino fuera por
lo que deciden hacer. Fundan una sociedad de correspondencia, su divisa será
“Que el número de nuestros miembros sea ilimitado”. Se enviaban cartas, unos a
los otros, creaban signos de identidad, se informaban y actuaban. Tampoco
parece que nada de subversivo haya en eso. En seis meses serán dos mil
miembros, en dos años multitudes que ocuparan el centro de Londres desafiando
el orden existente.[1]
Las sociedades
de correspondencia constituyeron uno de los momentos centrales de la
constitución de la sociedad política, entendida como sociedad democrática, en
los orígenes de la modernidad, antes de la existencia de cualquier cosa
parecida a un partido político moderno o a las estructuras representativas
actuales. No eran en este sentido sólo un espacio de movilización política, sino
de creación de la política y en algunos casos, como en el proceso de
independencia de EEUU, de creación de la misma nación. El principio era
comunicar, comunicarse, y en ese acto reconocerse no como uno, sino como
muchos, actuar no como uno, sino como muchos, hacer que “el número de nuestros
miembros sea ilimitado”. Una realidad que ha vuelto en cada momento en el que
la derrota parecía la única realidad posible y se tenía que repensarlo todo de
nuevo desde cenizas que, a pesar de todo, ardían todavía. Así fue en el
principio de toda nuestra historia moderna o en medio de las sociedades
ocupadas por el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el primer
acto de la resistencia fue comunicarse, fundar diarios clandestinos, más de mil
en Francia, más de 10 millones de ejemplares en Dinamarca. Así antes como
ahora.
Volvemos a los
orígenes, transmutados ahora en redes sociales 2.0, para crear un espacio para
escuchar y escucharse, un espacio para la polifonía que se comunica, se dota de
identidades, se articula y actúa de nuevo. Esta crisis, que empezó con la caída
del sistema financiero en 2008, ha devenido en un momento clave de nuestra
contemporaneidad. Todas las certezas son puestas en duda, muere lo viejo y en su muerte puede que se lleve todo
aquello de bueno que había en nuestras sociedades, sin dejar aún que nazca lo
nuevo. Y en este caso lo nuevo parte de una pequeña esperanza que nos trajeron
unas gentes que empezaron por una acto sencillo, comunicarse en un facebook o
en un twitter, y que acabaron por generar el fenómeno político más disruptivo
que estamos viviendo. Cuando todo lo demás falló, los principios más profundos
que están en nuestros mismo orígenes como sociedad, no lo hicieron.
De la crisis a la crisis de las crisis
Decir ahora que
la que empezó como una crisis financiera ha terminado por convertirse en una crisis
social, cultural y política es ya una obviedad compartida tanto por la derecha
como por la izquierda. No lo es tanto la evidencia del carácter mismo de esta
crisis. El análisis económico dominante, a pesar de la fallida de todas sus
previsiones, sigue estando sujeto a una visión del sistema económico centrada
en su capacidad de producción de riqueza, bienes y servicios, y no del sistema
como sistema. Cuando en 2008 en una visita a la London School of Economics la
reina Isabel II de Gran Bretaña preguntó a los miembros de tal ilustre
institución cómo no habían previsto la crisis, la respuesta tardo seis meses en
llegar. Después de un arduo debate confesaron sin más que ellos no contemplaban
en sus análisis el riesgo sistémico. La funcionalidad y perdurabilidad del
capitalismo ha sido un axioma aceptado como natural durante demasiadas décadas
en las facultades de economía y parece que, a pesar de todas las confesiones,
esto no va a cambiar de momento. Aún hoy la crisis es analizada todavía como un
problema de desajustes en el sistema financiero en el que sigue siendo central
la observación de su comportamiento. Donde antes el problema eran los activos
basura, ahora lo es la deuda, pero el problema va mucho más allá de esto y es
este marco el que determinará la dinámica política y social de los próximos
años.
En primer
término la crisis no es el resultado de operaciones financieras irresponsables,
es toda la dinámica desarrollada por el sistema económico desde los años
setenta hasta ahora la que nos ha llevado a un verdadero callejón sin salida.
La solución difícilmente pasa por medidas meramente correctivas de los extremos
más evidentes de su mal funcionamiento. Sólo por poner un ejemplo, la
centralidad del capital financiero como espacio de generación de beneficios, en
detrimento del capital productivo, ha llevado a que si la proporción entre el
valor del conjunto de activos financieros y el conjunto del estoc de bienes
físicos del capital (tierra, centros productivos, maquinaria, etc.) fuera de
cinco a uno en 1982, en 2006, justo antes del inicio de la crisis, llegaría a
ser de dieciséis a uno. En este contexto de crecimiento exponencial del capital
virtual por encima del capital real, los mercados de futuros, que son el
principal espacio de la especulación en la actualidad, han pasado de un valor
marginal a principios de la década de los noventa del siglo pasado, a agrupar
600.000 millardos de dólares en 2008, cuando el valor total de la producción
global de bienes y servicios es sólo de 56.200 millardos de dólares. No existen
suficientes planetas tierra para pagar en este sentido la factura de la
especulación financiera. De hecho, si ahora saliésemos de la crisis, cosa que
evidentemente no pasará, a partir de un crecimiento del 3% anual, que es la
medida que los “expertos” consideran idónea para una economía “sana”, en el
2030 llegaríamos a una producción global de bienes y servicios de 100.000 millardos.
Con eso sólo pagaríamos una quinta parte de la factura especulativa actual de
los mercados de futuro. Tampoco cabe preocuparse mucho, si esa salida de la
crisis se diera, tampoco la tierra sería suficiente para soportar el
crecimiento económico. Lo que está en crisis es todo un modelo de producción de
riqueza, no una parte del mismo.[2]
Por una parte
la subordinación de todas las realidades económicas a un capital financiero
absolutamente sobredimensionado no se puede solucionar, pagar, en una sola
crisis de carácter financiero. Se irán superponiendo unas a otras. Primero son
los activos basura, después los bonos soberanos, después los rescates, después…
Es todo el modelo el que está en juego, nunca ha sido tan verdad como ahora el
lema de que esto no es una crisis: se llama capitalismo. Un capitalismo que se
define ya tanto por su capacidad de explotar como por su capacidad por excluir
y donde, además, la vieja contradicción entre capital y trabajo es substituida
por la contradicción cada vez más central entre el capital y la vida. El
crecimiento económico necesario para sostener la crisis financiera, y para
sostener un sistema que si no crece entra en crisis, puede ser ya ahora mismo
incompatible con la misma vida. No es baladí traer a colación aquí el análisis
realizado por los investigadores del MIT, como actualización del informe de
1972 sobre Los límites del crecimiento patrocinado
para el nada sospechoso de izquierdismo Club de Roma. Actualización en la que
sobre la previsión de los diez escenarios posibles de desarrollo del
capitalismo en el siglo XXI en ocho de ellos se daría un colapso
medioambiental. Sólo en dos no sería así. En el primero de ellos no sería así
si lo cambios necesarios se hubieran realizado en 1982, en el segundo si se
hubieran hecho en 2002. El informe se publicó en 2004[3].
A su vez, tampoco podemos obviar en el análisis de la crisis el problema
energético. La humanidad siempre ha substituido la base energética de cada uno
de sus modelos de producción a partir del encuentro de una energía más
eficiente, transportable y barata, sin que se agotase la anterior. Así sucedió con el paso de la biomasa al
carbón y del carbón al petróleo y la electricidad. Por primera vez esto no es
así. No existe un substituto clara al petróleo justo en el momento que éste
está entrando en vías de agotamiento.
Este conjunto
de elementos por si solo nos indica la posibilidad más que real de un fuerte
riesgo sistémico y no sólo financiero. Ciertamente el capitalismo ha mostrado
una enorme capacidad de adaptación y supervivencia a pesar de su naturaleza
inestable, pero su implosión no sería algo inusual en la historia de la
humanidad. La mayoría de sistemas han acabado así. La diferencia radical es que
es el único sistema creado por nuestra especie que ha llegado a ser global y,
como tal, su implosión está intrínsicamente relacionada con la misma
posibilidad de la perdurabilidad de nuestra especie. Los retos son en este
sentido inmensos y la situación, como no puede ser de otra forma, ha llevado
que la crisis deviniera rápidamente en una crisis política. Su primera
expresión en nuestro país se ha gestado en este sentido como una crisis de
hegemonía de nuestras instituciones en medio de la cual ha surgido un nuevo
movimiento de protesta.
Redes
que dan libertad: la genealogía de la protesta
Se tiende a
situar el origen del 15M en las revoluciones árabes que le precedieron y que se
intensificaron especialmente en el período que va de 2010 a 2011. Y ciertamente
su impacto mediático en un marco de profunda reacción donde la revolución ha
podido mostrar de nuevo su poder para cambiar realidades que pudieran parecer
inmutables, la utilización en su consecución en los países árabes de las redes
sociales o el simbolismo que ha adquirido en estos procesos la ocupación de
plazas, marcó parte del espacio simbólico donde se desarrolló el 15M. A su vez,
cuando se buscan antecedentes en suelo propio, las referencias acostumbran a
ser el movimiento V de Vivienda, las movilizaciones vividas durante las
jornadas electorales de marzo de 2004, bajo la égida del atentado del 11 de
marzo en Madrid, o, un tanto más forzadamente, las movilizaciones contra la
implantación del plan Bolonia en las universidades. En el sentido de que en
este tipo de movilizaciones, específicamente las dos primeras mencionadas, tuvieron
su origen o bien en un e-mail viral o bien en el envío masivo de sms, y se
constituyeron en acciones apartidistas, pero profundamente políticas, algo de
cierto hay en señalarlas como precedentes.[4]
Es curioso
observar de todas formas las poquísimas referencias explicitas, aunque es muy
fácil explorar las conexiones directas en la gestión del 15M, al movimiento
portugués conocido bajo el nombre de Generaçao a Rasca. Este movimiento que nació por una iniciativa
inicial de un puñado de personas en las redes sociales consiguió finalmente
movilizar a unas 300.000 personas el 13 de marzo de 2011 en las calles
portuguesas. Si tomamos en cuenta que en Portugal vive una cuarta parte de la
población de la que lo hace en España y que la manifestación del 15M sacó a
unas 130.000 a la calle, no es menospreciable este precedente. La diferencia
entre el desarrollo del 15M y el de la Generaçao estuvo en las plazas, por lo demás sus inicios son
tan miméticos que no es difícil ver a uno como el principal precedente del
otro. Y lo común entre ambos eran dos cosas: una crisis de hegemonía de la
democracia establecida, y no de un sistema dictatorial, y las nuevas formas de
movilización política.
La crisis económica, tal
como fue presentada, tuvo un primer momento en el cual el discurso dominante
presentaba como inevitable, con la sola alternativa del caos, la salvación del
sistema financiero a partir de recursos públicos, a pesar de que en el proceso
se pudiera generar déficit. Momento que fue seguido posteriormente por una
mutación del primer discurso de la crisis de esta salvación hacia la
consideración de que la prioridad para superarla estaba en recortar el déficit
público vía privatizaciones y erosión de los derechos sociales. Es decir,
pasamos de un keynesianismo para ricos, era el momento que se hablaba del
retorno de Keynes, a un neoliberalismo para pobres. Pero fuera cual fuera el
discurso, lo cierto es que el mismo se impuso a partir de la amenaza en primer
termino de que estábamos al borde del caos, en segundo termino de que o se
hacía lo que pedían los “mercados” o ellos nos hundían. En ningún momento la
democracia formal tuvo mucho que ver con ello y, finalmente, los mecanismos de
la misma han sido violentados hasta extremos que hacen difícil hablar de sistemas
democráticos y no, como afirma Gerardo Pisarello de un sistema de oligarquía
isonómica (con libertades reconocidas, pero con un fuerte control de las
elites)[5]. El problema social,
económico y cultural ha devenido así en un problema de democracia: para violentarla
en el caso de las elites, para reclamar su realidad en el caso de las capas
populares. De hecho, en el proceso vivido, al mostrarse descarnadamente como
servidor de los intereses dominantes, el sistema político se ha asegurado el
dominio, pero ha perdido gran parte de su legitimidad.
Paradójicamente si esto ha
afectado en mayor o menor medida en cada país, dependiendo de hasta que punto
se haya tenido que subordinar la democracia a los mercados en cada país, lo
cierto es que ha erosionado más a la izquierda institucional gobernante que no
a la derecha (aunque ella no se ha mantenido tampoco a salvo, como hemos visto
en el caso de Italia, la diferencia radica que en este caso un tipo de derecha
ha sido sustituida por otro tipo de derecha). Y tiene sentido. Estaba en el ADN
del discurso, otra cosa es de las realidades, de las izquierdas gobernantes
precisamente la promesa de la democracia como la posibilidad de controlar el
capitalismo más salvaje, precisamente como la posibilidad de extender los derechos
sociales y políticos a la población. Si el fracaso de la democracia como
sistema político que garantiza la soberanía de las personas, frente al poder de
los intereses privados, es un hecho palmario en estos últimos años, en el caso
de las izquierdas gobernantes este fracaso ha sido doble: como gestores del
sistema, como alternativa política. Y es en esta doble realidad donde el
problema se percibe por capas cada vez más amplias de población tanto de
contenido como de continente. Y es por ello, también a su vez, que a pesar de
que se puede esperar un crecimiento electoral de las izquierdas a la izquierda
de las gobernantes, en la medida que su centro de acción sigue siendo el
sistema político establecido, proponiendo contenidos alternativos pero no claramente
nuevos continentes, tampoco ellas pudieron rearticular una nueva hegemonía
política, social y cultural. Fue fuera de ese campo, desde nuevas y viejas
laderas, desde donde empezó a surgir la respuesta.
En este contexto, al
entorno de la huelga general del 29 de septiembre de 2010, se produjo una
revitalización de la izquierda radical especialmente, aunque no únicamente, en
Barcelona. Allí, al entorno de grupos autónomos y de la experiencia unitaria de
la Assemblea de Barcelona, se
inició un nuevo ciclo de movilizaciones entre la experiencia de la ocupación
del Banco en Plaza Catalunya, que dotaría a la huelga en la capital catalana de
tintes insurreccionales en el centro de la ciudad, y el 1 de mayo de 2011,
donde probablemente se vivió el 1er mayo alternativo con mayor seguimiento des
del inicio del milenio. Algo parecido acaeció en Madrid, aunque con mimbres
diferentes y una mayor conversión discursiva en una ciudad donde la capacidad
de articulación de la izquierda radical había sido mucho menor en los últimos
tiempos, a partir de la movilización de Juventud sin Futuro el 7 de abril de
2011. Pero no fue de estos sectores, aunque los mismos jugaron un papel central
en la explosión de la protesta posterior al 15M, de donde irrumpió directamente
el nuevo movimiento de protesta. A pesar de su renacida capacidad de
movilización seguían teniendo un problema evidente de conexión con franjas más
amplias de la población.
Si el discurso de Jóvenes
sin Futuro[6] tenía mucho que ver con la
Generaçao a Rasca, los medíos para construir
la movilización que también habían sido básicos en Portugal, fueron principalmente
impulsados desde las redes por una nueva plataforma política conocida como Democracia Real Ya. Si los movimientos
sociales ya hacia tiempo que utilizaban las redes como herramienta de
movilización, la diferencia es que ahora ésta se generaba inicialmente desde
estas mismas redes, en un fenómeno que iba mucho más allá de la convocatoria de
una movilización en la fecha del 15 de Mayo de 2011.[7] La vivencia de la crisis,
y con su gestión la evidencia de que cada uno de nosotros perdía cada día una
poco más de control sobre sus vidas con cada vez, y eran muchas, que en un
medio público nos anunciaba que los “mercados” habían decido por ellas, se
vivía aisladamente. Ante el ruido atronador de las ordenes de mando repetidas
hasta la saciedad, parecían pocos, muy pocos, los que veían lo que uno mismo
veía. Pero en un espacio esto empezó a no ser así. En las redes. En ellas,
lentamente primero, pero en un aceleración exponencial después, uno se
encontraba con otros y estos otros con muchos, en un proceso polifónico que
generaba una forma de comunicación alternativa, erosionando y determinando las
oficiales, construía nuevas identidades colectivas con nuevos símbolos y
referentes y se impulsaba para la movilización. Se coordinó en las redes, se
encontró finalmente en la calle. Empezó con una manifestación, pero fue mucho
más allá de ello cuando la decisión de unos pocos, y en esto de nuevo tuvo
mucho que ver componentes de la izquierda radical que ya se habían activado con
anterioridad, llevo al movimiento a las plazas. Allí creció, pasando de lo
virtual a lo real, hasta convertirse en el principal movimiento de protesta
contra la crisis, con unas particularidades que lo hacen casi único en la
historia de los movimientos sociales de este país desde el inicio de la
democracia.
Protestando
contra la crisis: construyendo democracias.
Pocas veces un
movimiento de protesta ha tenido las cotas de aceptación social del 15M (al
entorno del 70 – 80% de la población se ha mostrado a favor del mismo), sólo el
movimiento contra la guerra de Irak se le asemeja en este sentido. Nunca un
movimiento que cuestionaba el sistema en su globalidad ha llevado tanta gente a
la calle. Jamás un movimiento que desafiaba al gobierno y a la Junta Electoral
Central, que pasaba de la simpatía a la criminalización en los medios de una
forma tan radical, como sucedió en Catalunya después de las protestas frente al
Parlament del 15 de junio, era a su vez capaz de convocar a centenares de miles
de personas en las principales calles del país. Tampoco habíamos vivido antes
todo lo que estamos viviendo ahora. Es incomprensible entender su eclosión,
evolución y capacidad de permanencia en este último medio año, con una
capacidad de convocatoria en la calle que lo ha convertido en el principal
sujeto de resistencia, sin una crisis de hegemonía que a su vez ha arrastrado a
todos los sectores de la izquierda tradicional.[8]
Ya sean partidos o sindicatos.
Ciertamente se
ha acusado a este movimiento –acusación que probablemente se extenderá contra
todas las formas amplias de movilización contra la crisis– de populismo e,
incluso últimamente, de ser un movimiento emocional. Su populismo es evidente,
pero es que difícilmente puede ser de otra forma como mínimo en dos sentidos.
En el primero de ellos, el retorno de palabras “fuertes”, a pesar de todos los
intentos de los teóricos de lo líquido, como Bauman, para hacer ver lo
contrario, como “pueblo”, “democracia” o “revolución”, hace referencia
precisamente a la violentación radical y fuerte de principios básicos de
nuestra modernidad política. Puede sorprender ese usos de retóricas debilitadas
y denostadas durante decenios, pero no se puede negar que precisamente lo que
está en juego en estos momentos es la democracia entendida como poder del
pueblo y ante este peligro cabe recordar que en sus constituciones originales
se recogía el derecho a “resistencia” del “pueblo”. Esto sorprende también a un
izquierda radical que actuaba desde parámetros políticos distintos, y poco
habituada a luchar de tú a tú en el campo semántico de la hegemonía dominante
usando conceptos como democracia o pueblo.[9]
En el segundo sentido, porque en la medida que esta crisis tiene como uno de
sus componentes fundamentales la subordinación de todas las realidades
económicas a las lógicas internas del capital financiero, no se presenta
netamente como un conflicto de clases entre capital y trabajo. Ciertamente la
lucha de clases está presente en esta situación, como lo está en el origen de
la misma. Lo decía más claramente imposible Warren Buffet en 2006 “Hay lucha de
clases y es la mía, la de los ricos, la que está haciendo la guerra y la
estamos ganando”, pero quien habla de ella es una gran financiero y no un
patrón de una fábrica del metal. Es más, pequeños y medianos empresarios y
capas de la población no asalariadas están sufriendo esta crisis con una
intensidad a veces poco menor, y en algunos casos mayor, que los sectores
tradicionalmente identificados con la clase obrera. Es en este sentido que los
sindicatos tradicionales, contrariamente a lo que se creyó en los orígenes de
la crisis por una parte de la izquierda, no han devenido en el gran polo de
resistencia a la misma, más aún cuando su construcción sindical pertenece a un
mundo que está en estos momentos feneciendo. Sin duda el sindicalismo sigue
teniendo un enorme sentido, más aún cuando se quiera hacer pagar a las clases
populares la factura especulativa, la duda es si lo tiene con los parámetros
organizativos y tácticos propios de una situación radicalmente diferente a la
que estamos viviendo. Al igual que sucedió en la Europa de entreguerras se está
desplazando rápidamente el espacio de conflicto principal hacia lo político,
lugar donde se tejen amplias alianzas de confrontación entre intereses que son
diversos en si mismos. Y las lógicas en ese espació y por este tipo de
confrontación, dado su carácter interclasista, tienden de forma natural al
populismo a situar el “pueblo”, entendido como un ente amplio y representativo,
en el centro del discurso para la acción. Lo cual no quiere decir que esas
formas de populismo superen las dialécticas de clase, como tampoco quiere decir
que superen los campos ideológicos. En la Europa de entreguerras la respuesta a
una crisis similar dio como resultado dos tipos de populismo. El primero de
ellos fue le fascismo que, haciendo frente a un sistema financiero desbocado,
proponía una alianza profundamente reaccionaria en contra de los intereses de
las clase populares y a favor de las privilegiadas. El segundo de ellos fue el
frentepopulismo, que alcanzó importantes victorias electorales en los años
treinta, siendo de todas formas un fenómeno que iba mucho más allá de lo electoral, mutó en la resistencia contra el fascismo y fue, finalmente, la
base que tiñó los sistemas democráticos surgidos después de la Segunda Guerra
Mundial.
En este marco
el contenido inicial del 15M ha mostrado una gran diversidad que sólo ha
encontrado su unidad en la denuncia de la falta de representatividad del
sistema político. Dos lemas son los que han marcado se agenda reivindicativa
más evidente: “No somos mercancías en manos de políticos y banqueros” y “No nos
representan”. Pero está unidad, que identifica a los adversarios y denuncia el
problema de un sistema político que no es capaz de ser lo que dice que es (la
representación del pueblo) esconde sus dos almas, tal como las ha caracterizado
Carlos Taibo.[10] En la
primera de ellas hay un intento de que el espacio institucional quede más
ligado al pueblo que a los intereses financieros, mediante cambios
fundamentales en las reglas del sistema de representación, que van desde la
modificación de ley electoral hasta la introducción de mecanismos de democracia
2.0. Se pretende así consolidar el sistema en su vertiente democrática, ya que
se percibe correctamente que la raíz de la crisis y sus consecuencias tienen
que ver mucho precisamente con la falta de democracia. Es, en este sentido, un
15M sistémico, al menos sistémico de la retórica que ha servido para la legitimación
del orden institucional, y en él se encuentran los principios básicos para
cualquier intento serio de refundación del proyecto socialdemócrata.[11]
En la segunda “alma”, contrariamente, se parte de la presunción de que el
sistema no puede ser democrático y se pretenden explorar alternativas al mismo
con nuevas formas de representación que partan de la autoorganización, más que
con contenidos explícitos desde la constatación que las alternativas aún están
en construcción y desde un intento de superar viejos paradigmas heredados de la
izquierda radical, viendo el movimiento en si mismo ya no como una protesta
para realizar cambios sino como un nuevo espacio de configuración de la
realidad política.[12]
Dos almas que
basculan según los lugares y los momentos y que están profundamente conectadas
entre ellas en una evolución marcada por su misma interrelación con el sistema
que se pretende cambiar. Y es que a pesar de todos lo guiños hechos desde la
clase política hacia le movimiento, la realidad ha sido que el sistema
institucional cada vez se blinda más contra sus demandas, vía reforma de ley de
partidos, que cierra cada vez más la posible participación de nuevas opciones,
o la misma reforma de la Constitución en un sentido netamente neoliberal.
De hecho, si
inicialmente la alma “reformista” parecía predominar, y era la que conectaba
más claramente con los medios de comunicación y las clases medias, en la medida
que el 15M se trasladó de las acampadas a los barrios se conectó más claramente
con luchas populares iniciando, por ejemplo, campañas contra los desahucios. A
su vez en el proceso devino en un movimiento activo y no sólo reflexivo,
utilizando repertorios de protesta que, como las ocupaciones, deben mucho a los
movimientos sociales alternativos. En este camino parece que su alma “radical”
se está afianzando, aunque a veces se pierda en un retórica que puede paralizarla
como actor político[13] o producir
que el movimiento en sí pierda su centralidad permanente en el escenario
político. Los intentos, en este sentido, de que el 15M deviniese en parte un Tea Party de izquierdas, con la
colocación de candidatos próximos en algunas listas electorales, la
colonización de parte del discurso de la socialdemocracia gobernante hasta
ahora o el impulso de operaciones que intentasen evitar la mayoría absoluta del
Partido Popular, no parecen haber fructificado demasiado. Lo cual no quiere
decir que este aspecto, en la reconstrucción del campo de la izquierda política
institucional, no tenga aún recorrido en un momento de desconcierto absoluto en
estos espacios. De todas formas la perspectiva que se abre ahora, con la
entrada en el poder de la derecha política, parece apuntar a un endurecimiento
cada vez mayor de la relación entre protestas populares y un sistema político
que a la vez que es refrendado electoralmente, genera amplia desconfianza en
una mayoría de la población. Sólo cabe recordar en este sentido que el nuevo
Presidente del Gobierno lo es por mayoría absoluta, a la vez que también los es
por el hundimiento sin paliativos de la socialdemocracia gobernante, más que
por un aumento absoluto de votos, y que genera desconfianza en un 70% de la
población. Una situación donde parece que la crisis de hegemonía del sistema
político va a profundizarse más aún y en la que los movimientos de protesta
seguirán planteando la problemática de la crisis en términos sistémicos.
Lo que hemos
vivido hasta ahora sólo es el principio, habrá sucesivas mutaciones de la
protesta en nuevos contextos político y en un contexto social caracterizado por
la profundización en las desigualdades. En el proceso, la mundialización de la
protesta, y en este sentido la convocatoria del 15 de octubre ha sido clave
para el salto de las protestas a EEUU, probablemente será una de las salidas
para la ampliación de las formas de acción y de la posibilidad de imaginar
escenarios futuros que den respuesta a una crisis que es global y sistémica.
Los retos van mucho más allá del problema de representación del sistema
político, aunque en él este una de las principales claves de su solución. El
conflicto se plantea en términos de democracia o dictadura, en este caso de los
mercados, pero también en términos de capital o vida. Y en esa lucha sólo el
principio anunciado por las clases populares en el origen de nuestra modernidad
política nos puede acompañar para reconstruir y reconstruirnos: “que el número
de nuestros miembros sea ilimitado”. Es el núcleo básico de lo que irrumpió en
nuestras calles hace medio año, de las cenizas de un proyecto que ardían
todavía lo suficiente como para recordar y recordarnos qué éramos, cómo éramos
y cómo podríamos ser. No es un movimiento fuerte, se gesta entremedio de un
largo termidor reaccionario, pero en su suerte, y en la de las protestas que
vendrán, probablemente está en juego nuestro destino como sociedad.
[1]
Thompson, E.P., La formació de la classe
obrera en inglaterra, Barcelona, Crítica, pp. 3-8.
[2] Harvey, D., L’enigma del
capitale, Milano, Feltrinelli, 2010, p. 33.
[3]
Meadows, D. (coord.), Los límites del
crecimiento: 30 años después, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2004.
[4] La literatura sobre el 15M
es ya muy extensa actualmente, para el tema de los precedentes yo señalaría
especialmente los siguientes títulos: VVAA, La rebelión de
los indignados, Madrid, Editorial Popular, 2011; Viejo, R., (ed.), Les raons dels indignats, , Barcelona,
Portic, 2011; VVAA, Les veus de les
places, Barcelona, Icaria, 2011.
[5]
Pisarello, G., Un largo termidor. Lo
ofensiva del constitucionalismo antidemocrático, Madrid, Trotta, 2011.
[6] VVAA, Juventud sin futuro, Barcelona,
Icaria, 2011.
[7]
Ver para DRY y el impacto de la movilización en las redes: VVAA, Nosotros los indignados, Destino,
Barcelona, 2011; VVAA, Las voces del
15-M, Los panfletos del lince, Barcelona, 2011.
[8] Para un relato del
desarrollo inicial del movimiento tanto en las calles como en las redes
especialmente: Requena, A., y Muñoz, A., “El movimiento 15-M. Los hechos” en
VVAA, Las voces del 15-M, Barcelona,
los panfletos del lince, 2011, pp. 11- 43; Pin, Gala, Arbide, H., “Maig del
seixanta-tweet” en VVAA, Les veus de les
places, Icaria, Barcelona, 2011 pp.
50-60; Fernàndez, D., “Quadern de bitàcola”,
VVAA, Les veus de les places,
Icaria, Barcelona, 2011 61 - 82
[9] Para esto ver: Errejón. I.,
“Disputar les places, disputar les paraules” en Viejo, R. (ed.), Les raons dels indignats, Barcelona,
Pòrtic, 2011, pp. 18 – 24.
[10]
Taibo, C., Nada será como antes, Madrid,
La Catarata, 2011.
[11] Se puede reseguir esta “alma” del 15M, tanto en los
programas desarrollados en él como en sus participantes, ver para esto: VVAA, Las Voces del 15-M, Barcelona, los
panfletos del lince, 2011; Bennasar, S., La
primavera dels indignats, Barcelona, Meteora, 2011; VVAA, Giménez, I.,
“Democracia Real Ya entre el Open Government y el ciberactivismo” en VVAA, La rebelión de los indignados, Madrid,
Editorial Popular, 2011, pp. 59 – 72.
[12] Ver para esto, por
ejemplo, Ruggieri, F., Miró, I., “Ningú no ens representa. La plaça com a
metàfora de la nova societat”, en VVAA, Les
veus de les places, Barcelona, Icaria, 2011, p.38 – 49; Fernández-Savater,
A., “Apuntes de acampadasol” en Las voces
del 15-M, Barcelona, los panfletos del lince, 60 – 74.
[13]
Sobre esto ver: Domènech, X., “Dos lógicas de un movimiento”, SinPermiso, número 9, julio de
2011.
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