A menudo cuando
hablamos de los inicios de la encarnación de las primeras políticas neoliberales, recordamos las
grandes batallas obreras que intentaron resistírseles, olvidando en el camino
otras cosas. Y es cierto, en la zona cero de la lucha de clases en que se
convirtió la Gran Bretaña de la primera mitad de la década de los ochenta (allí
había nacido la clase obrera industrial prácticamente dos cientos años atrás y
allí mismo se inició el proyecto para acabar con su poder), el resplandor de la
fuerza de la clase obrera tradicional no se apagó sin presentar batalla. Una
huelga general minera de un año de duración y de una dureza inusitada, con
millares de antidisturbios actuando y también con casi diez mil personas
detenidas, dan testimonio de ello. Su derrota, abandonados por la izquierda
dominante a nivel institucional y con la sola ayuda de los municipios más
afectados y de los activistas de los nuevos movimientos sociales, marcó una
época. Lo recordaba hablando del
final del conflicto la misma Primera Ministra Británica y gran adalid del
neoliberalismo que estaba por venir más allá de las fronteras británicas,
Margaret Thatcher, “El día de la confrontación había llegado y había tocado a
su fin (…). Fracasaron y, al hacerlo, demostraron hasta qué punto son mutuamente
interdependientes una economía libre y una sociedad libre. Es una lección que
nadie debería olvidar”. De las fisuras abiertas por esa derrota nació el modelo
de economía financiarizada, el de la especulación inmobiliaria, el de la
privatización de servicios y el de la precariedad laboral, que se expandió por
toda Europa. La socialdemocracia en el proceso se transformó en un
socioliberalismo que en sus
recetas básicas a veces era difícil distinguir del neoliberalismo. ¿Hubo en ese
momento alguna vía alternativa? Si la hubo, ésta no fue otra que el
municipalismo.
En medio de este
singular destello de la lucha de clases en nuestro pasado, y de aquella
derrota, una alianza establecida entre activistas sociales y los sectores más a
la izquierda del laborismo se hizo con el gobierno del Greater London Council en 1981. Una institución que regía el área
metropolitana de Londres con un espacio de influencia de doce millones de
habitantes. Se inició así, en el corazón de la primera área de expansión del
neoliberalismo, en alianza con los movimientos sociales, un experimento para
preservar los derechos amenazados por el gobierno central, intensificar los
proyectos comunitarios e introducir nuevas formas de economía cooperativa y
social. El peligro que representaba la construcción de esta alternativa en el
marco de la reacción neoconservadora, como realidad, pero también como modelo
de referencia para otras posibles experiencias, determinó su fin. En 1986
Thatcher disolvió el organismo desde el gobierno central. El problema
probablemente residía en que su principal fuerza era también su debilidad. La
posibilidad de una singularidad, por potente que fuera, no podía resistir si el
modelo no se replicaba.
La aplicación en
la actual crisis de las recetas neoliberales procede de arriba a bajo y del
centro a las periferias, violentando así incluso los mecanismos de la
democracia formal. La respuesta difícilmente puede venir de una alternativa
global en estos momentos, sino va combinada por una reapropiación de la
soberanía andando el camino inverso: de abajo arriba. Seguir esta senda ha de
permitir llenar la alternativa global de posibilidades de cambio concretas, de
plausibilidades a partir de lo realizado y no sólo de lo prometido,
construyendo los nuevos poderes como contrapoderes. Pero este tampoco puede ser
un camino corto. La creación de esa posibilidad en las grandes áreas metropolitanas
del país debe poder acompañarse mutuamente, debe poder integrarse en redes de
nuevos tipos de municipalismo que incluyan todas las realidades, debe poder
pensarse en varias posibles legislaturas. Y a su vez no puede concebirse tan
solo como un proceso institucional, sino que ha de movilizar a su alrededor
todo lo ya generado, y estimularlo en el camino, de los saberes y las prácticas
de la economía social y cooperativa, de las alternativas energéticas y
ecológicas, del feminismo, en una alianza a la vez fuerte con los tejidos y los
movimientos sociales. Esa esperanza que se articuló en la zona cero de la lucha
de clases, debe prender en muchas realidades, para convertirse en una semilla
no sólo de nuestro pasado, sino también de nuestros futuros.
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